Los vampiros siempre se han regido por un gobierno monárquico conocido como la Corte Vampírica, reinando por una pareja de macho y hembra, y completando la Corte con sus vástagos si los hubiera.
Son fuertes, atléticos y ágiles, poseen una gran celeridad en sus movimientos y son muy astutos. Tienen una vista nictálope que les permite ver en la oscuridad y la capacidad de la ecolocación, con la que pueden calcular la distancia a la que se encuentran sus objetivos mediante la emisión de sonidos que son reflejados por aquellos. Siempre mantienen un estado de alerta, incluso cuando descansan. Son carismáticos y magnéticos de manera innata, así como manipuladores. Se cree que algunos vampiros son capaces, además, de aumentar sus poderes mentales, pudiendo llegar a desarrollar telepatía, telequinesis, manipulación mental, etc.
Su gran debilidad es la sangre, de la cual han de alimentarse para sobrevivir. Su corazón no late, los pulmones no respiran y el estómago tampoco hace la digestión, por lo que la ingesta de sangre evita que su cuerpo se putrefacte. Paradójicamente, la sangre de vampiro puede llegar a ser curativa para otras especies. Su hambre nunca cesa y lleva al vampiro a estar siempre al límite. Por otro lado, el sol los debilita y los quema si están débiles.
La supervivencia de la raza se basa (desde los primeros tiempos) en la conversión de seres humanos. Sin embargo, durante una guerra, unos chamanes trataron de destruirlos infectándolos con sangre de su mayor enemigo, los licántropos; llegando a descubrir que algunos vampiros habían nacido con la capacidad de adquirir secuencias genéticas de otros seres a través de la sangre, como poder procrear o resistir la luz del sol. Esta nueva variación y “mejora” de la especie, se llamó Herederos. A su vez, gracias a la nueva adquisición de poder crear vástagos mediante el acto sexual, apareció una nueva subespecie: los Mestizos, mitad vampiros mitad humanos.