Allá por el mes de julio hablaba del coste de la autopublicación haciendo referencia a las muchas cosas que uno debe aprender si quiere publicar (autopublicar/autoeditar) su novela. Hablaba de la corrección, de la maquetación, del diseño, la fiscalidad, el networking… pero me dejé el más importante (y del que muy pocos son conscientes): el anímico.
El coste anímico es el peor de todos los costes, con el que más sufres como escritor. ¿Por qué? Por todo esto:
De la autoexigencia a la frustración
No hay nada peor que ser autoexigente con uno mismo, da igual la profesión que tengas. Pero cuando eres escritor (y más si eres autopublicado/autoeditado), los esfuerzos por ganar notabilidad entre los lectores es una tarea muy dura que requiere mucho tiempo: web, redes sociales, newsletter… ¡Y las propias novelas, claro!
El coste anímico es el peor de todos los costes, con el que más sufres como escritor
La generación de contenidos es clave para mantenerse entre la actualidad literaria y la comunidad, que cada vez es más grande y tiene más peso, y la innovación para encontrar la fórmula para hacerse un hueco es el quebradero de cabeza de todo escritor autopublicado/autoeditado (y supongo que del escritor que ha publicado de una manera tradicional también, pero algo menos); porque no tienes ningún aval; porque no tienes a esa persona idónea que con solo mencionarte a ti y a tu novela ya estás en el panel principal de la comunidad literaria; porque si, además, eres un autor autopublicado/autoeditado, tu credibilidad como escritor ya está por los suelos desde antes incluso de empezar la carrera, y ésta es una de esas que es de fondo. Porque, o eres tanto o más constante que el resto, o te hundes en el inmenso mar de escritores donde cada vez hay más (porque resulta que ahora todo el mundo escribe y que para ser un buen escritor tienes que tener tropecientos mil planificadores que te ayuden a no procrastinar). Y llega un momento en el que empiezas a ponerte plazos y a exigirte a ti mismo que debes hacer determinadas cosas en determinado tiempo para estar al nivel, y cuando no llegas… te frustras y, a veces, incluso lloras de impotencia.
Y es en ese momento, en el que sientes que te estás perdiendo entre tanta gente con el mismo sueño que tú (o incluso aunque tú tengas uno menos ambicioso), cuando piensas que todo tu esfuerzo no merece la pena (ese miedo número 2 del que hablaba en otra ocasión).
Si, además, eres un autor autopublicado/autoeditado, tu credibilidad como escritor ya está por los suelos desde antes incluso de empezar la carrera
Del sueño al chiste
Y en esa misma reflexión a la que he hecho referencia antes, a la de los miedos del escritor, dejé incompleto uno de ellos: el de la incomprensión. Porque, ¿cuántas veces le habéis dicho a alguien que sois escritores y no os han tomado en serio? ¿Y cuántas veces alguien os ha preguntado por vuestras novelas o relatos, o vuestra carrera de escritores, de un modo que parece que no quieren saberlo de verdad? Ya sabéis, de esas en las que da la sensación de que lo hacen para echarse unas risas.
Y es en ese momento, cuando lo que para ti es un plan, un sueño, un propósito o tu forma de sentirte autorrealizado, te das cuenta de que para muchos otros lo que haces es una broma; que no es algo serio. Porque a lo mejor no nos convertiremos jamás en best-sellers, pero ellos nunca entenderán lo que cuesta poner el punto y final a un relato, un poema o una novela. Nunca sabrán todo lo que hay detrás de ser un escritor: de las horas delante de los folios en blanco o del ordenador, no solo para escribir (corregir, maquetar y autopublicar), sino para abrirte un hueco; de las horas planificando la gestión de las redes sociales que enfocas a tu perfil como escritor, personal o combinado; de las horas para mantener actualizada la web con contenidos de interés; de las horas buscando cómo dar a conocer un proyecto en el que crees…
¿Cuántas veces le habéis dicho a alguien que sois escritores y no os han tomado en serio?
De la fe ciega al golpe de realidad
Si algo tenemos los escritores, es una fe ciega en lo que hacemos. Nos creemos Dioses porque creamos mundos nuevos, vida y una historia alrededor de ambos; porque decidimos quién vive y quién muere; quién es el héroe y quién el villano; quién se merece un final feliz y quién no está llamado a tenerlo. Sin perder la cordura, hacemos del mundo que creamos nuestro mundo; de la historia nuestra historia porque, de otra forma, ni nosotros mismos creeríamos en ella. Nos imaginamos a un montón de gente leyéndola (o incluso viéndola con nuestros personajes de carne y hueso) y ponemos sangre, sudor y lágrimas en conseguir que al menos una sola persona (de esas que no está en nuestro círculo de conocidos), lea la historia que hemos creado. Pero no que solo la lea, sino que crea en ella. No hace falta que sea tanto como lo hacemos nosotros, pero que lo haga.
Pero si hay algo que también caracteriza a los escritores, es que somos unos soñadores empedernidos y tenemos una imaginación infinita. Las dos mismas cosas que hacen que bajemos de las nubes y nos golpeemos con la realidad de ser un escritor. Esa misma realidad de la que llevo hablando en las líneas de esta reflexión. Esa misma realidad que a veces hace que perdamos la fe y que hace que nos planteemos tirar la toalla.
No sé vosotros; yo me caracterizo por ser perseverante (o tener la cabeza como el cemento) y si me propongo algo no me rindo, así que dejadme decir una última cosa: que nada ni nadie nos quite la ilusión por lo que hacemos.