Soy una estrella, pero mi brillo no es solo mío. Esta historia es de mi hermano. Mi Bart, mi Hansel, mi Ying. Él me convirtió en la estrella que soy hoy. Pero no de esas de Hollywood, ni de discos de platino o de la modalidad moderna de ‘influencer’. Ni siquiera de la lista de libros ‘best-seller’; sino de mi vida.
A excepción de nuestra familia, a la gente le cuesta entender nuestra relación de hermanos. Porque no todos los hermanos se llevan bien o tienen una relación cercana. Lo admito. No es algo fácil. Pero con el mío sí lo es. Creo que fue algo mutuo, cuando nos vimos por primera vez (él más consciente que yo, claro, porque es tres años mayor), como si en aquel primer intercambio de miradas nos dijéramos el uno al otro: «Prometo serte fiel, amarte, cuidarte y respetarte, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida», y hoy, a exactamente cuatro meses de su boda, no faltamos a esas palabras que nunca ha hecho falta decirnos en voz alta. Y a las que sé que no faltaremos nunca.
Y es que cada vez que uno ha pasado por un momento de esos oscuros que parece no tener salida, el otro ha sido su luz guía para continuar. Y cuando, al contrario, uno ha tenido la oportunidad de brillar, el otro ha estado ahí para amplificar su luz. Eso, querido/a lector/a, es lo que te convierte en una estrella. Da igual si es un hermano, una amiga, tu compañero de trabajo o tu pareja. Sé una estrella para aquellos que te rodean cuando lo necesitan y serás la estrella de tu vida el resto de tus días.
