Escritores

Mujeres escritoras: la brecha de género en la literatura

Esta semana, en concreto el día 8, se celebra el Día Internacional de la Mujer, que conmemora la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona. Si bien la brecha de género se extiende a más ámbitos de los que aún nos gustaría -han pasado 45 años desde que el día fuese institucionalizado por decisión de las Naciones Unidas en 1975-, el cultural, y en concreto el de la Literatura, no se libra de ella.

Reconocimiento a cuenta gotas

No hace falta revisar complejos datos estadísticos para ver el escaso reconocimiento de la mujer en el ámbito literario, solo hace falta hacer un repaso de los galardones más importantes de la literatura.

Empezamos por el premio literario internacional más conocido: el Nobel de Literatura. Desde su creación en 1901 hasta 2019, ha premiado a 15 mujeres frente a 101 hombres (6 de ellas en los últimos 20 años).

Vamos ahora con el reconocimiento más importante en lengua castellana: el Premio Miguel de Cervantes. Desde que se instauró en 1976, ha galardonado a 5 mujeres frente a 40 hombres: María Zambrano (1988), Dulce María Loynaz (1992), Ana María Matute (2010), Elena Poniatowska (2013) e Ida Vitale (2018).

Desde su creación en 1901 hasta 2019, el Premio Nobel de Literatura ha premiado a 15 mujeres frente a 101 hombres

Continuamos con otro premio con gran importancia en España: el Premio Planeta, que ha distinguido a 17 mujeres frente a 50 hombres desde su creación en 1952. La última no hace mucho, Dolores Redondo en 2016. También el ahora Premio Princesa de Asturias de las Letras (Premio Príncipe de Asturias de las Letras hasta 2014) que se otorga desde 1981, y en el que 7 mujeres lo han recibido frente a 42 hombres.

La RAE, femenina solo en el nombre

La representación de las mujeres en la Real Academia Española (RAE) ha sido muy escasa, aunque algo está cambiando. En toda su historia, solo once mujeres han sido o son académicas de la RAE, y no fueron precisamente pocas las que se presentaron como candidatas, aunque muy pocas llegaron a la votación y muchas menos fueron elegidas.

De hecho, en 1978, casi 300 años después de su fundación, fue aceptada la presencia femenina en la Real Academia, siendo Carmen Conde la primera mujer que ejerció como Académica de número, ocupando la silla K. Tras ella, Elena Quiroga de Abarca (1983), Ana María Matute (1998), María del Carmen Iglesias Cano (2002), Margarita Salas (2003), Soledad Puértolas (2010), Inés Fernández-Ordóñez (2011), Carme Riera (2013), Aurora Egido (2014), Clara Janés (2016)​ y Paz Battaner (2017).

En toda su historia, solo once mujeres han sido o son académicas de la RAE.

En cuanto a la dirección de la RAE, desde su creación ha tenido 30 directores, que también conlleva el cargo de presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). De esta cifra, no ha habido ninguna mujer entre ellos.

Anónimo se escribe con M de Mujer

“Para la mayor parte de la Historia, Anónimo era una mujer”. Virginia Woolf (Reino Unido, 1882-1941), criticó con esta cita la invisibilización que ha tenido la mujer en la literatura a lo largo de los años y que, aunque en menor medida, aún perdura.

Grandes obras españolas como el Lazarillo de Tormes y el Cantar del Mío Cid, o las obras extranjeras Las mil y Una noches, la saga de Erik el Rojo, Tristán e Iseo y La veneciana, se difundieron de forma anónima, cuya autoría es hoy imposible de conocer. Tampoco podemos saber las razones por las que sus autores o autoras permanecen bajo el anonimato, pero todas ellas tienen algo en común: contienen elementos de denuncia o que no son del todo acordes a los parámetros morales y artísticos de la época. Esto puede hacernos pensar que el anonimato de estas obras no sea casual: o sus autores/as no podían hacerse cargo de sus títulos o eran directamente censurados/as.

“Para la mayor parte de la Historia, Anónimo era una mujer”. Virginia Woolf (Reino Unido, 1882-1941)

Mujeres bajo seudónimo (y compañía)

Numerosas prominentes escritoras han utilizado seudónimos masculinos o iniciales ambiguas para esquivar a lectores y, principalmente, editores sexistas. Y es que, históricamente, una mujer no podía superar intelectualmente a un hombre (en fin).

Jane Austen (A Lady) en 1811, las hermanas Brontë (los hermanos Bell) en 1846, Mary Ann Evans (George Eliot) en 1856, Amantine-Lucile-Aurore Dudevant (George Sand) en 1832 o Luisa May Alcott (A.M. Barnard) en 1865 son algunas de ellas.

Pero la situación no fue solo de épocas pasadas. Después del siglo XIX, también diversas autoras ocultaron sus nombres para poder, lamentablemente, ser reconocidas. Es el caso de Pamela Lyndon Travers (P.L. Travers) en 1934, Joan Cooper (J. California Cooper) en 1984, Nora Roberts (J.D. Robb) en 1995, Joanne Rowling (J.K. Rowling y Robert Galbraith) en 1997, Erika Leonard (E. L. James) en 2011 o Christina Lynch & Meg Howrey (Magnus Flyte) en 2012.

Los números hablan por sí solos.

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