Buffy, La mujer invisible, Wonderwoman, Capitana Marvel… Estas cuatro mujeres tienen una cosa en común: son superheroínas. Cuando era más pequeña eran «mis referencias», pero a veces no hay que ir a los cómics o a las series de tv para encontrar una; a veces están mucho más cerca de lo que creemos. Y yo también la tenía (y la tengo): la llamo «mamá».
Mi súperheroína me ha enseñado muchos súperpoderes (y que aún intento dominar). Por ejemplo, lo que es el sacrificio, la responsabilidad, la valentía, el liderazgo, la entrega, la unidad, la paciencia o lo que verdaderamente importa 💪.
Recuerdo los vasos de leche con galletas en la cama, la tortilla francesa en el tupper rojo mítico de la yaya y el famoso día de las lentejas 😬. El huevo frito en mi cocinita y la madrugada del tiro al pato con la Nintendo. También recuerdo cada una de sus reacciones cuando la dije que quería subirme a lo más alto del tobogán (¿3 o 4 años?), cuando quise jugar al fútbol (6 años), cuando quise hacer gimnasia rítmica (8 años), cuando la dije que quería estudiar Ciencias Ambientales (17 años) y cuando estaba escribiendo un libro (19 años).
Se sorprendió en cada una de ellas, pero nunca, en ningún momento, me dijo que no podría hacerlo. Y esa confianza, querido/a lector/a, ese «es mejor perder intentándolo que no haberlo intentado nunca», ese «tú puedes con todo lo que te propongas (y si no aprenderás algo de ello)», es el mayor súperpoder que una súperheroína puede darte.
Gracias mamá, por ser la súperheroína que siempre he necesitado 😘.
