La tecnología se ha hecho tal hueco en nuestras vidas que ahora sería muy difícil imaginar un mundo sin ella. Como todo, tiene su parte buena y su parte mala, pero nadie puede negar hoy que sus pros superan con creces sus contras (bueno vale, a lo mejor alguien sí, que negacionistas hay en todas partes).
El sector literario ha visto como la tecnología, de un modo u otro, ha cambiado todos los procesos de la vida de un libro: la forma de escribirlo, de fabricarlo, de leerlo, de promocionarlo y hasta de reseñarlo. En el caso de la lectura, que activa nuestro cerebro hasta límites casi desconocidos y nos proporciona múltiples beneficios, se ha visto especialmente favorecida por la irrupción de la tecnología. Y, es que, en la era de la digitalización leemos más que nunca, aunque de manera diferente. Es lo que tiene vivir rodeados de pantallas, que no solo leemos libros; también la actualidad en los medios digitales a través del ordenador o el móvil, las redes sociales o incluso los mensajes de Whatsapp o Telegram.
En la era de la digitalización leemos más que nunca, aunque de manera diferente
Esta «sobrelectura» en nuestro día a día, y que acostumbra a ser diagonal (o incluso cuántica), afecta a nuestra capacidad de concentración más de lo que somos conscientes. La sobreexposición que nuestros cerebros tienen a la tecnología impacta directamente en nuestras capacidades intelectuales más esenciales, como el modo en el que procesamos la información. La periodista Marta García Aller escribe en su libro Lo imprevisible que «cada vez dedicamos menos tiempo a la lectura reposada, igual que cada vez somos menos capaces de charlar (y escuchar, sobre todo) sin que el rabillo del ojo se vaya a las notificaciones que parpadean en el dichoso móvil», y no sé tú, pero si me paro a pensarlo, tiene razón.
¿Eres capaz de centrarte en una lectura hasta tal punto de no echar mano al teléfono móvil para compartir lo que estás haciendo en tus redes sociales o ver la última notificación que te ha llegado? Piénsalo.