Escritores

El zen de Bradbury a la hora de escribir

Raymond Douglas Bradbury (Waukegan, 1920 – Los Ángeles, 2012), más conocido como Ray Bradbury es el artífice de Fahrenheit 451 -uno de mis libros favoritos- y Crónicas marcianas, pero también es el responsable de numerosos relatos de propósito moral inspirados en la vida cotidiana de las personas. Y, es que, para Bradbury escribir era una «forma de supervivencia» porque escribiendo «uno recuerda que está vivo y que eso es un privilegio, no un derecho».

Así comienza Zen en el arte de escribir, un libro que recoge once ensayos sobre el placer de escribir en el que Bradbury examina toda una vida dedicada a la escritura de todo tipo. ¿Sabías que Bradbury escribió el guion de Moby Dick, dirigida por John Hudson en 1956?

Un libro que es tanto para lectores asiduos de Bradbury con afán de conocer los entresijos de su obra -al igual que sucede con Mientras escribo de Stephen King-, como para escritores. Sin embargo, no es un manual al uso. Zen en el arte de escribir es una oda al amor por la escritura: escribir es una celebración, no una pesada tarea.

Conócete a ti mismo

Una de las primeras cosas sobre las que habla Bradbury es de la necesidad de conocerse a sí mismo como escritor. La garra y el entusiasmo no es una cuestión del proyecto literario que tengas entre manos, sino de cómo te sientes a la hora de escribir. Llenar folios o teclear es lo que debe importarte por encima de todo: sin objetivos, sin tiempos, sin la vista puesta en otros.

Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce

Ray Bradbury

Una forma de conocerse a sí mismo, según Bradbury, es escribir -mucho- y no parar. Soltarte cuanto antes, sin demora y sin revisar lo que has escrito -al menos hasta la fase de corrección, que para eso ya habrá tiempo, pues «cuanto más pronto se suelte uno, cuanto más deprisa escriba, más sincero será […]. Para cortar y reescribir ya habrá tiempo mañana».

Un consejo muy zen, como todo este libro, que enlaza con un tema que trae de cabeza a muchos: la inspiración. Porque cuanto más nos conocemos como escritores, más se convierte nuestro inconsciente en musa. «La musa está en nuestro ser, solo espera que nosotros la convoquemos», dice. Y, para convocarla, debemos escribir. ¿Parece fácil, no? Bradbury escribiría unas mil palabras diarias desde que era niño. Ese era su método para modelar a su musa, que no tiene porqué ser el mismo para todo el mundo, pero sí que es cierto que el esfuerzo y la constancia tienen mucho que decir a la hora de escribir.

Trabajar bien y constantemente es mantener en condición óptima lo que se ha aprendido y se sabe

Ray Bradbury

El síndrome del impostor

A lo largo del libro, Bradbury hace hincapié, como se ha mencionado antes, es que escribir es una celebración y, como tal, debes disfrutarlo. Recalca una y otra vez cuánto ha disfrutado él creando historias y que es eso lo que debemos sentir y experimentar cuando lo hacemos lo mismo.

No obstante, Bradbury no se olvida de los momentos más inseguros, cuando dudamos de nosotros mismos y ese síndrome del impostor que forma parte de nuestros mayores miedos aparece especialmente porque miramos a nuestro alrededor y nos comparamos con el resto: «Si uno mira alrededor ve una comunidad de nociones sostenidas por otros escritores, otros intelectuales, que hacen que uno se sonroje avergonzado». Sin embargo, «todos somos niños de ciencia ficción que soñamos nuevas formas de supervivencia», dice. Y, es que, si hay algo que todas las personas que escribimos tenemos en común, es el amor por lo que hacemos.

La fórmula de Bradbury

«La historia de la literatura está repleta de escritores que, acertados o no, sintieron que podían poner en limpio, mejorar o revolucionar un cierto dominio». Bradbury recalca la importancia de contar bien la historia y de describir bien las pasiones hasta el final. De hecho, no es necesario que el final sea feliz, pero sí adecuado y coherente con la energía contenida a lo largo de la historia.

Trabajo. Relajación. No pensar.

RAY bradbury

El escritor, dice, debe dejar que sus dedos desplieguen las historias de los personajes, que, siendo humanos y llenos como están de sueños y obsesiones, no sienten más que alegría cuando echan a correr. A la hora de escribir, «uno de debe preguntarse qué piensa realmente del mundo, qué ama, teme u odia, y empezar a verterlo en el papel».

Así, a través de las emociones y con un trabajo constante, la escritura se hará cada vez más clara y empezaremos a relajarnos a la hora de escribir porque pensaremos bien, en la dirección correcta; de manera que, en un modo retroalimentativo, «el pensamiento se hará más correcto aún porque estaremos más relajados».

Es mentiroso escribir para que el mercado comercial nos recompense con dinero y es mentiroso escribir para que un grupo de esnob y cuasiliterario de las gacetas intelectuales nos recompense con fama

Una vez más, Bradbury recuerda que por quién debes escribir es por ti, no por el reconocimiento de las editoriales o de la comunidad literaria: «Olviden los objetivos y dejen hacer a sus personajes, a sus dedos, su cuerpo». Y tú, ¿por quién escribes?

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