Detrás de un libro hay normalmente un grupo de personas que se han preocupado porque este salga a la venta con la mayor calidad posible. Se trata de todo un proceso editorial compuesto por diversos pasos que va desde que el autor escribe la obra hasta que esta llega a las manos del lector. Así, además del escritor, las figuras del corrector, ilustrador, traductor, maquetador, publicista, etc., forman parte de un engranaje que, dentro de una editorial, está liderado por la figura del editor. “Es un oficio apasionante que ofrece una visión incluso más privilegiada que la del propio autor sobre todo el proceso de creación de un libro, coordinando y participando activamente desde la etapa de escritura hasta la de comunicación”, explica Jan Arimany, editor de Trotalibros Editorial.
Si bien existen diferentes tipos o perfiles de editores dentro del sector literario -y que Mariana Eguaras define muy bien en este artículo-, en su sentido en castellano esta figura equivale más o menos a los llamados editor y publisher en el mercado anglosajón, es decir, a quien trabaja el texto con el autor y a quien coordina el trabajo del resto de profesionales implicados en el proceso de edición de un libro, respectivamente. “Como editora, considero que, más allá de seleccionar, analizar y preparar una obra para que sea publicada, de ser un eje de creación cultural literaria, tengo que estar siempre profundamente conectada con los autores”, dice María Teresa Aranda, editora de Dilatando Mentes Editorial.
“Es un oficio apasionante que ofrece una visión incluso más privilegiada que la del propio autor sobre todo el proceso de creación de un libro”
Jan Arimany (Trotalibros Editorial)
Para Susana Herman, editora en Ediciones Maeva, la edición es dar a conocer a los lectores una obra que considera que puede aportarles algo: “Conocimiento, diversión, desconexión o una nueva mirada sobre sí mismos y el mundo que los rodea”.
El editor: ¿nace o se hace?
En este punto hay consenso: el editor nace, pero tiene matices. Según la propia Susana Herman, primero “nace con el amor por los libros y por la lectura”, pero no es suficiente; “luego debe formarse, leer mucho y muchos géneros, clásicos, best sellers. Aprender continuamente”. Por su parte, Jan Arimany opina que “se hace a partir del momento que nace” y para María Teresa Aranda la esencia de esta profesión radica, como en cualquier otra, de la pasión que se le pone: “Si uno no disfruta plenamente de su trabajo, si no cree al cien por cien en lo que hace, es difícil que pueda defender aquello que ha creado y resultar convincente a ojos de los demás”, dice.
En este sentido, el descubrimiento de nuevas historias -que nunca dejan de buscar, ya sea de forma proactiva o porque llegan a ellos-, dar a conocer nuevos talentos literarios, así como trabajar con ellos y el nerviosismo compartido por la recepción de la obra por parte del público, es lo mejor de su labor. “El descubrimiento de un buen libro y que detrás haya un autor o autora que sea también una gran persona”, apunta también Susana Herman.
Sin embargo, en la dualidad de todo lo que existe en el universo -y obviando el riesgo implícito de cualquier oficio cultural-, la parte negativa de la profesión tiene que ver con la subjetividad: “Es tremendamente complicado decirle a una persona, que ha volcado sus ilusiones en el texto que te presenta, que no vas a contar con su trabajo para tu catálogo”, confiesa María Teresa Aranda. Susana Herman explica que no existe una fórmula mágica que el editor conozca para dar con un libro que vaya a convertirse en un best seller, sino que depende de multitud de factores como el tema, el momento, la publicidad que se le dé y, como no, la suerte. “Con la antelación que requiere la forja de un libro es imposible asegurar el acierto del momento”, explica Jan Arimany que, precisamente de la frustración que esto le provoca, nació Trotalibros Editorial, para “dar segundas oportunidades a libros increíbles que seguramente no cogieron la ola del momento”.
“Si uno no disfruta plenamente de su trabajo, si no cree al cien por cien en lo que hace, es difícil que pueda defender aquello que ha creado y resultar convincente a ojos de los demás”
María Teresa Aranda (Dilatando Mentes Editorial)
El papel del editor y la situación del sector literario
“En un panorama inédito por la irrupción de la autopublicación, yo creo que el papel del editor estriba más que nunca en la selección y la excelencia”, apunta Jan Arimany. Si bien es cierto que la autopublicación se ha convertido en una opción más para aquellas personas que quieren publicar un libro -y que no necesariamente está reñido con la edición tradicional y ni mucho menos con la excelencia ni la calidad final del producto, porque se ha visto de todo en ambos lados-, la figura del editor sigue siendo imprescindible dentro de un sector que necesita adaptarse, renovarse y, todo sea dicho, también mejorar en la relación con los autores: “Solo cuando todas las partes implicadas en la creación del libro reciben la importancia que merecen, se consigue que den lo mejor de sí mismos, y eso es un ejercicio de honestidad para con el lector”, señala María Teresa Aranda. “La cuestión es cómo distribuir los porcentajes para que el reparto sea acorde con el peso específico del papel de todos los que intervienen. Ahí es donde es difícil ponerse de acuerdo”, opina Susana Herman sobre uno de los aspectos más importantes que un autor tiene en cuenta –aunque no es el único– a la hora de optar por la publicación tradicional o abrirse a nuevos modelos.
Por otro lado, la crisis cultural y de valores se suma a la insostenibilidad del sector del libro de la que tanto se ha hablado últimamente, y que pone en tela de juicio hasta qué punto el sector tal y como se concibe en la actualidad está condenado a desaparecer. La acaparación del mercado editorial por parte de los grandes grupos hace que las editoriales independientes y de menor tamaño hagan encaje de bolillos para colocar sus novedades en las estanterías: “Se editan demasiados libros, son el combustible de una máquina difícil de parar”, dice Susana Herman. Una situación que no solo puede conllevar al cierre de las más modestas, como ha sido el caso de Ediciones El Transbordador, Cazador de Ratas o Boria Ediciones este año, sino que también afecta al ciclo de vida del propio libro: “Las novedades de cada semana son abrumadoras en muchos casos, con lo que el lector (ni las distribuidoras, ni las librerías) tienen la capacidad de poder asimilarlas todas”, explica María Teresa Aranda, que además de editora también es gerente de una librería. “El mercado te empuja a querer igualar el ritmo insostenible de los grandes grupos porque, por mucho que nos frustre, si un libro dura una semana en la mesa de novedades de las librerías ya te puedes considerar afortunado”, dice Jan Arimany.
“Se editan demasiados libros, son el combustible de una máquina difícil de parar”
Susana Herman (Ediciones Maeva)
En este sentido, algo que “salva” del colapso al sector editorial español es la determinación de un precio final fijo en todas las librerías; un tema que suscita un debate continuo -que no gusta a todos- pero que, si se mira desde el punto de vista de la distribución actual del sector editorial, es indispensable para la subsistencia de la industria: “Si se mantiene un precio fijo inamovible (con un descuento máximo permitido por ley), se puede evitar la competencia desleal y se puede ‘garantizar’ la subsistencia de los más pequeños”, explica María Teresa Aranda. Y, es que, en el Reino Unido la ausencia de esta limitación ha provocado un monopolio extremo de los grandes grupos editoriales, tal y como cuenta Jan Arimany tras estudiar la situación también desde el punto de vista del lector: “Siendo editor y viendo, por lo tanto, el sector desde dentro, de pocas cosas estoy tan seguro como que la limitación en los descuentos redunda en interés del lector”.
El tortuoso camino que parece haber tomado el sector editorial en España, pese a la buena salud de la que parece gozar según las últimas cifras compartidas, ha de encauzarse con la colaboración de todas las partes implicadas. La adaptación a las nuevas demandas de los lectores y la respuesta a las de los autores -porque ahora tienen la capacidad y las herramientas para decidir qué hacer con sus obras-, no es más que un reflejo de la necesidad de una figura del editor más sólida que nunca. Para finalizar, y suscribiendo las palabras de María Teresa Aranda, de lo que no cabe duda es que “mientras haya un editor apasionado detrás de un manuscrito, habrá un buen libro en la estantería de un lector ilusionado”, y añado: “También un autor satisfecho con la labor editorial”.